miércoles, 18 de enero de 2017


En el medioevo era común la condena por parte de los teólogos a la música y, en particular, a la música popular. Mientras los cánticos religiosos llevaban a acercarse al divino, a comprender mejor su voluntad y a controlar nuestros impulsos, los cantos carnavalescos de las ferias europeas eran hogar de la lujuria desenfrenada y reino de las pasiones más bajas de los seres humanos. Fue quizás en este periodo cuando se creó la eterna vinculación entre la música y el maligno.
En las leyendas tradicionales es común que el demonio mismo aparezca cantando una de estas melodías. Sin embargo, no es tan común que sea la inspiración de una, y mucho menos su autor, tras aparecérsele en sueños a uno de los más renombrados compositores del Barroco italiano.
También conocido como “Sonata del Diablo”, el Trino del Diablo es la más célebre composición de Giuseppe Tartini, famosa aún hoy día por lo extremadamente demandante en términos técnicos para quien la ejecuta. En términos técnicos, la sonata requiere bastantes trinos a dos cuerdas, figuras muy difíciles de tocar sin error.
Pero más que su pericia, lo interesante de la Sonata del Diablo de Tartini (que pueden escuchar en este enlace) es la leyenda que viene detrás de ella. De acuerdo con el mismo Tartini no fue él el autor de la Sonata, sino el maligno, quien se apareció ante sus ojos una noche, en sueños, y tocó la melodía más dulce que el compositor jamás hubiese podido imaginar. En sus propias palabras:
Una noche, en el año 1713 soñé que había hecho un pacto con el diablo a cambio de mi alma. Todo salió como yo deseaba: mi nuevo sirviente anticipó todos mis deseos. Entre otras cosas, le di mi violín para ver si podía tocar. ¡Cuán grande fue mi asombro al oír una sonata tan maravillosa y tan hermosa, interpretada con tanto arte e inteligencia, como nunca había pensado ni en mis más intrépidos sueños! Me sentí extasiado, transportado, encantado: mi respiración falló, y desperté. Inmediatamente tomé mi violín con el fin de retener, al menos una parte, la impresión de mi sueño. ¡En vano! La música que yo en ese momento compuse es sin duda la mejor que he escrito, y todavía la llamo el “Trino del Diablo”, pero la diferencia entre ella y aquella que me conmovió es tan grande que habría destruido mi instrumento y habría dicho adiós a la música para siempre si hubiera tenido que vivir sin el goce que me ofrece.
Así, una de las obras mejor ejecutadas por el legendario Nicolò Paganini sería, a su vez, obra de un hombre que también habría hecho un pacto con el diablo, esta vez como consecuencia, quizás involuntaria, de su obsesión por componer una sonata perfecta. Una coincidencia, cuanto menos, interesante.

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